jueves, 13 de septiembre de 2018

SOLO ERA UN JUEGO


 

 
Para Quini, siempre.
No hay nada más vacío que un campo de fútbol sin ti.


PRIMER TIEMPO.

PRIMAVERA DE 1971. SENARALL. 

 

La chimenea de la fabricona escupía humo sin parar, con su eterna llama dibujaba caricias de nubes blancas, que volaban y se despeinaban al compás de un baile bajo el cielo.
Nada más abrir sus ojos, una inequívoca sonrisa de ilusión se dibujó en su cara. Se vistió rápido; la camiseta y las botas de su equipo de fútbol, y los pantalones largos, negros y un poco acampanados heredados de su hermano, que le quedaban un poco grandes, pero le daban un aspecto más serio.
Entró en la cocina, besó a su madre y la olió, como hacía siempre. —Pareces un perro Tinín— le dijo ella.
Se sentó a desayunar como era su costumbre, un gran tazón de leche con Cola-cao y sus galletas Chiquilín, dejando en la cocina un efímero aroma a canela.
Estaba nervioso, sus piernas no dejaban de moverse al ritmo de la música que sonaba en esa radio siempre encendida. Las señales horarias dieron las diez de la mañana, y la emisora local empezó a dar detalles de cómo iban llegando al pueblo, miles y miles de personas venidas de todas partes, para ver en vivo y en directo el espectáculo.
—Me voy—le dijo Tinín con impaciencia a su madre.
—Ten mucho cuidado, no te separes de tu hermano ¿entendido?— añadió la madre. Tinín cogió su balón de cuero rojo y lo votó tres veces, como hacia siempre.
Su hermano Jesús, era un par de años mayor que Tinín, corpulento y tranquilo en movimientos. Como buen portero de fútbol estaba acostumbrado a mirar la vida desde lejos, siempre cobijado bajo esos tres palos y en esa portería imaginaria esperaba a...