Hace tiempo
descubrí a una persona, aunque ya la conocía, admiraba e idolatraba, debido a
la cercanía. Puede que parezca lo mismo pero no, no lo es. Lo último (conocer,
admirar, idolatrar) podría ser debido a que son inherentes a casi todo ser vivo
de cualquier especie. Lo primero, refiriéndome con descubrir a saber como es en
realidad algo o alguien, lo adquieres con la edad y la perdida gradual, que es
la mejor forma de perderla, de la inocencia. Recuerdo una anécdota, ya bastante
lejana en el tiempo, en la que esta persona ostentaba la dirección de una
entidad que no era de tipo empresarial, pero si con mucha solera y prestigio.
En cierta ocasión, esta es la anécdota, pudo beneficiarse de su posición en la
entidad para lograr, digámoslo así, cierto beneficio, eso si, bastante
insignificante. No lo hizo. En la inocencia de mi edad le hice un comentario
del que suelen hacer los críos: sencillo pero que ponen un "glup" en
la garganta de los adultos. Le pregunté porque no lo hacía pues todo el mundo
iba a pensar que "SI" lo había hecho. Y entonces él me respondió:
"yo sé que no". Sus palabras, tan sencillas como contundentes,
marcaron el "principio de mis principios", de mis valores; el hacer
que el primero en juzgar mis actos sea yo. Y que si en mi interior hay un
ligero atisbo de vergüenza por hacer algo indebido, volver a recordar esa
primera lección de valor, esa lección de valores.